U&lc nació en 1973. La publicación tenía un propósito central: venderle a sus lectores —la mayoría de ellos directores de arte y diseñadores gráficos— la idea de que, al especificar tipografía, se escogieran los tipos de la International Typeface Corporation (ITC).

¿Qué estaba usted haciendo en 1973? La pregunta es válida aquí, porque si durante ese año a usted sus padres todavía le decían qué ropa tenía que ponerse para salir con ellos, es muy probable que se esté preguntando qué es eso de “especificar tipografía”. De eso estaremos hablando un poco en éste artículos. Por ahora, tenemos que revelar la asombrosa realidad de que cuando estos directores de arte producían sus layouts, no sabían que pasaría más de una década antes de que aparecieran la primera Macintosh y el primer Laserwriter y estallara la revolución del desktop publishing.

¿Qué cómo era esta época? Síganle los pasos a Don Draper en la tercera temporada de Mad Men y podrá imaginárselo. ¿Puede usted imaginarse una vida sin celulares? ¿Sin internet? Así eran los 70s.

Para la publicidad y las artes gráficas, el centro de ese mundo era la ciudad de Nueva York. El resto del universo gráfico y publicitario giraba y giraba alrededor de Madison Avenue. Ahí trabajaba el talento y la creatividad del capitalismo, de la venta incesante de las mercancías, y parecía nunca dormir.

En ese mundo, los directores de arte tenían que conocer mucho sobre tipografía, lo suficiente para reconocer que más downtown estaba el type shop que les prepararían las galeras de tipografía, que los artistas de paste up picarían en pedacitos, y los pegarían con rubber cement sobre un cartón, como un gran rompecabezas. Ése era el arte final. Tenía que corresponder exactamente al layout que el director había dibujado en un papel, con lápices y marcadores.

Todo eso estará muy bien —diría el querido lector con sobrada razón—, pero, ¿cuándo me van a explicar lo de especificar tipografía?

Aquí vamos. El director de arte o el diseñador tendría en sus manos unas hojas cuidadosamente mecanografiadas con el contenido del anuncio o la publicación. Después de completar su layout, el director de arte le haría anotaciones a mano a los textos, indicándole al tipógrafo cómo él quería que luciera la tipografía: tamaño de las letras, tipo, espacio entre líneas, composición, largo de líneas… ¿para qué aburrirlos? Todo lo que el director de arte quisiera especificar. Lo demás se lo dejaba al incuestionable gusto tipográfico del experto, y a su incuestionable dominio de su oficio de tipógrafo.

De vuelta le llegaría una “galera” con todos los textos que pasaría a paste up.

Volviendo a U&lc: así se montaba una publicación como ésa. Con mucho trabajo y con mucha dedicación a la idea de que la tipografía era un noble y fundamental componente de la página impresa.